lunes, 20 de julio de 2009

S\T

Ustedes viven dentro de la tristeza, del odio. No saben lo que es el amor o la playa, mucho menos lo que se siente cuando una mano suave nos roza la cara y hace que un escalofrío nos nazca en la espalda. Ustedes no tienen dueño ni cadenas, pero aún así viven apelmazados a sus miedos, a sus inconstancias diarias rezando por el perdón que no puede serles otorgado. Mírense. Le temen hasta a la historia. Ya nadie invoca a sus fantasmas, o busca los secretos de su árbol biológico, de sus temblorosos ancestros que se retuercen en sus lechos helados. Se visten de negro, como si eso los hiciera más fuertes, más invulnerables al frío que suele recorrerles las venas cuando le miran la cara a un muerto o intuyen que pronto lo serán ustedes. ¿Qué ganan con llorarle a un matojo de esperanzas, si no se atreven a tomarlas con las manos? ¿Aún creen que es más importante el parecer que el ser? Voy a terminar pensando que no tienen corazón, que son sólo envases de sueños abandonados por otros que tampoco pudieron alcanzarlos y los dejaron por ahí, en alguna esquina oscura, en un bolsillo, en una despedida carente de lágrimas. Quizás se los bebieron mientras vagaban de una copa a otra, pretendiendo ser mucho más de lo que jamás podrían, sabiéndolo, y aún así, intentándolo. Cuando la gente los mira no sabe. No entiende. Ni siquiera se preguntan: ¿cuál es su causa, su porqué a los ojos cansados? ¿Qué es lo que les pesa hasta en las uñas y les quiebra la mirada como si de un barco se tratara? Pero yo sé cómo es el alma de los tristes. Dentro de ellos no hay lugar más que para nostalgias e insultos a la vida, a la que es y la que no pudo ser. Ni siquiera un alfiler cabría entre sus penas y errores, alimentados todos por la culpa. Por eso nunca tienen hambre. Todavía me miran, doloridos. Todavía me extrañan, y me quieren, me odian, me ignoran. No se dan cuenta que en la que era mi cama y mi cuerpo, ya no estoy. Que en lo que era mi pluma, mi tinta, mi mesa de noche, mis almohadas, mis esmaltes, mis vestidos, en nada de eso queda algo de mí. El aroma que cubre la habitación no es de despedida, no es de una tristeza honda y desgarrada, ni siquiera de una nostalgia, o un diminuto gemido de dolor. Atrás de los árboles que son mis paredes, arriba de mis armarios, de mi casa y de sus zapatos, arriba hay algo. Por más pequeño, o azul, u honesto que sea, hay algo que los mantiene respirando, luciendo sus risas llenas de caras, sus dientes llenos de bocas, sosteniendo sus excusas, avivando sus miedos, complaciéndolos... Miré la imagen un largo rato, y como no se me ocurría nada que se refiriera directamente a lo que estaba viendo, decidí "inventar" a una muerta (ya que no se puede definir quién está en la cama) y escribir lo que ¿pensaría? ¿diría? dirigiéndose a los que la rodean. Es casi como si le molestara que estuvieran vestidos así, rezando y llorando porque ella se fue, como si no le gustara esa actitud, y les intenta explicar que no está tan mal.

1 comentarios:

Raquel Getzel dijo...

Qué mejor proceso de creación que la invensión...
gracias!