martes, 14 de julio de 2009

La Muerte

La muerte tiene alma. Camina y cojea, respira y se agita, se enamora y se decepciona. Dicen que también se obsesiona, y recursea su amor con promesas de vida eterna, aunque después siempre la condenen sus instintos más básicos: inicia una persecución y se lleva a su amor a la fuerza.

Ahí, la muerte es una egoísta y lo sabe. Carga con la cruz del arrepentimiento. Cuando por fin goza de pertenecer a una relación primaveral en su vida grisácea, entre su amante que recibe los últimos óleos y su corazón calcinado, y ya tiene al alma de su amante ungiendo hacia esa segunda vida, se da cuenta que de nada sirve tal obsesión, porque ella es el juez y su amante el reo. Y con el cuerpo del secuestrado entre sus trémulos dedos, inicia su funeral. Llora y deja parte de su esencia en el sitio más sórdido de la creación: la tierra.

La muerte es complicada. Come y digiere, duerme y bosteza, pero según recuerdo dejó de cojear hace mucho. Dicen que la vida la ha tratado mal y por mucho tiempo ando bordeando las paredes de cartulina de Etiopía para sujetarse ante el colapso de su cuerpo. Y son tantos años andando de peregrina, que sus pies helados decidieron convertirse en cenizas: una mañana que recogió a un niño de ojos pardos en las orillas del Rin para ahorrarle esa maldita soledad kafkiana, que tanto odia. Luego, sus pies fueron viento en Praga y la vida se le hizo más sencilla en Bombay. Solo en México, al ritmo de una fiesta a su nombre, pudieron arrancarle una sonrisa.

Pero ahora la muerte flota y se agita, porque ya está cansada de estar pendiente del amor y de vivir. Está vieja. Sus labios se han cuarteado, y la excedente blancura de su rostro arrugado resplandece en toda tiniebla. Nunca puede esconderse de aquellos índices que la juzgan.

La muerte, como la llamó su madre, es asexual. Y mientras bebe una buena tasa de café hirviendo y escucha De vez en cuando la vida de Serrat llega a la conclusión de que su sufrimiento es un efecto de su desamor, de nunca haber probado ese sexo salvaje que arranca una sonrisa, de gozar de un orgasmo.

Por tantas cosas, la muerte está condenada a vivir a regañadientes. Llegó a esta conclusión en Cartagena, y ahora que ya no se enamora porque le parece una cruda ironía de su soledad, roba almas por el simple gusto de ejercer con responsabilidad la condena a la que fue suscrita.

Hace pocos años, la muerte decidió que su centro de trabajo sería en Lima, porque le recuerda sus años mozos en Bombay. Quienes la ven caminar cabizbaja por las calles aledañas del Callao dicen que también la vieron angustiada haciendo shopping en Miraflores, comprando cocaína en un pasaje del criminal barrio de Corongo.

La muerte cree que tiene un nombre triste. Y luego de dejar Trilce sobre el repostero de la cocina, está completamente segura que no quiere morir en Paris. Porque como todos, la muerte también tiene alma, y necesita cuidarla de los plañideros viajes internacionales en clase económica.

La muerte se quedó en Lima por su gastronomía. Desde ese día, su colesterol también está elevado.

Para mí, la etapa de creación no puede empezar sin una primera escena, después de pensar sobre qué se quiere escribir y que sensaciones quieres despertar en el lector. La primera escena debe ser axiomática, corta, precisa: La muerte tiene alma.

Escribir es tejer. Las ideas deben tener un hilo que las guíe, y desde él, ramificarse sin nunca perder su monitor. En el caso del cuento, si es que es un cuento, la idea de darle vida humana a la muerte surgió al verla en la foto entre sujetos, como en una fiesta. Claro que no es ninguna novedad verla así. La idea de la muerte pálida, andante, está en toda cultura. Lo que me pareció interesante, y fue determinante para empezar a escribir, era usar esa vida humana para darle una personalidad melancólica y solitaria. La muerte nunca tiene compañía, eso determina su personalidad nostálgica. Es casi una causa – efecto, que funciona bien al momento de crear personajes. Esto es algo que se aprende analizando la introspectiva de la gente, observando. Lo demás, es solo tejer.

¡Ah! Y creo en la inspiración, pero para escribir prefiero hablar de disciplina.

3 comentarios:

Raquel Getzel dijo...

Pedro, con lo unico que no estoy de acuerdo que con eso de que la muerte es "asexual", no señor... la muerte, es una puta vestida de negro. De resto, "La muerte es complicada. Come y digiere, duerme y bosteza..." divinas imágenes... gracias!

Pj. dijo...

Jajajaja... la próxima vez la colocaré en alguna esquina de Lima... con solo una gabardina negra, y muy barata.

P.

Raquel Getzel dijo...

Volviendo a leer el proceso que te llevó a escribir este, llamémoslo cuento, me pareció muy interesante como pensaste en darle a algo tan poco "vivo" características humanas y hacelo vivir entre nosotros.

Excelente punto de tejido...


gracias